En tu trabajo de arquitecto te han mandado construir una maqueta de un rascacielos con tubos de papel higiénico de 10 pisos y llevas todo el día pacientemente levantando tu rascacielos, se te ha caído un par de veces pero estás a punto de conseguirlo. Tu compañero tiene la misma tarea que tú y como se ha quedado sin más rollos ¡NOOOO! ¡PLAAAF! Ha cogido un rollo de tu segundo piso y ha destrozado todo lo que habías conseguido ¿De qué tienes ganas ahora mismo?
Los niños pequeños todavía no controlan el lenguaje de una manera fluída y de vez en cuando, en un momento de impaciencia y descontrol, pueden utilizar ese recurso tan fácil y tan instintivo como es dar un empujón o un manotazo para marcar la distancia con otro. Es difícil dejar nuestra vergüenza a un lado y ponernos en su situación.
Todos los niños pasan por momentos en los que están inmersos en ellos mismos, están muy ocupados descubriendo que son personas con capacidad de decisión y no tienen tiempo para explicaciones. Como vivimos en un momento social donde los niños pasan esta etapa en compañía de otros en su misma situación ocurren agresiones entre ellos continuamente.
Cuando los niños tienen un conflicto interno de estas características reaccionamos con unas prioridades:
1. Mantener un límite físico entre los dos niños no permitir que se siga sufriendo una agresión. Puede ser apartando a uno de los dos o utilizando nuestro cuerpo como barrera.
2. Ponerle palabras a lo ocurrido, se entenderá mejor a sí mismo, se sentirá comprendido por nuestra parte y podrá diferenciar a largo plazo cuáles son las emociones que vive con mayor descontrol. "Querías jugar con el coche y María te lo ha arrebatado, entiendo que estas enfadado".
3. Recordar cuál es la alternativa de la que dispone de manera inmediata "si quieres pegar hazlo con un cojín, si quieres gritar hazlo en el sitio donde se permite, si quieres insultar hazlo con un muñeco". Y otra opción que se normalizará con el paso del tiempo "cuando quieras lo mismo que está usando ella se lo dices con la palabra, tú ya sabes hablar y así te vamos a entender todos mejor"
4. Normalizar la situación: todos podemos perder el norte en algún momento especialmente sensible, es algo natural que pasa cuando convives. Hacérselo saber y decirle cuáles son nuestros recursos ayudará a interiorizar las herramientas con las que poder contar. "Cuando tengo que esperar a que me toque el turno en la charcutería suelo cantarme una canción, el tiempo pasa más rápido y no estoy pensando en lo mucho que tardan"
5. Ayudar a curar al otro: alejarnos de las responsabilidades sobre quién ha causado el dolor, buscar una solución a ese dolor sin tipificarlo como un perdón. ¿Qué puedo hacer para que te sientas mejor? ¿te doy un abrazo? ¿te canto sana-sana? ¿te traigo un trapo húmedo? ¿te dejo solo?
6. Proponer actividades en momentos ajenos al conflicto, una vez que hemos observado señales de la etapa en la que se encuentra podemos invitar a jugar a cosas en las que se expongan a la frustración como las pirámides de serenidad con tubos de papel, castillos de naipes.
Muchas veces la distancia es lo que nos deja vernos con más claridad y las "situaciones espejo" ayudan a ser más receptivos. Podemos aprovechar momentos entre adultos o situaciones que pasan con otros para hablar naturalmente sobre el tema en un momento relajado para el implicado y por lo tanto en el que estará más abierto a escuchar. También utilizar recursos como cuentos, vídeos o aprovechar situaciones de la calle en las que hablamos de otra persona y vivimos a través de ella situaciones similares, nuestras neuronas espejo irán trabajando la empatía y nos ayudarán a tener recursos para manejar nuestras emociones.
Censurar esta conducta suele crear más estrés pues es algo espontáneo difícil de controlar.
La verbalización de esta conducta "mira qué triste está, le has hecho daño" es una gran carga para el niño que no tiene todavía desarrollada la empatía (hacia los 6 años termina de formarse, ver la Teoría de la Mente).
Estas explicaciones tienen que ser cosas que acompañen al niño en esa nueva estructura que le permite canalizar sus emociones hacia algo que este aceptado (golpear una pelota o un cojín, gritar en la calle o tirar una piedra a una colina). El ejercicio de poder "terminar haciendo bien las cosas" queda mucho más integrado que la culpabilidad de haber herido a otro.
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