En el colegio, los profesores nos preguntábamos porque cambiar la celebración del día del padre y la madre al día de la familia.
Es una medida que se está extendiendo cada vez más debido a la diversidad familiar que existe hoy en día.
Para mí la pregunta no está en ¿porque cambiarlo? La pregunta está en ¿porque celebrarlo?
Parece que el sentido de esta fiesta está en agradecer a nuestros progenitores habernos traído a este mundo, o quizá brindarnos cuidados y cariño.
En la escuela tenemos diversos momentos de celebración en los que agradecemos esta vida en común, este cuidado mutuo que nos hace compartir y sentirnos arropados.
Esta sensación de pertenencia a un lugar único, cuidado, amoroso donde somos aceptados tal y como somos, tal y como nos expresamos.
Quizá se nos queda un poco pequeño que todo este sentimiento, esta identidad se quede en un pequeño recortable que entregamos a nuestro ser querido.
Quizá se nos queda un poco solitario entregar nuestro afecto, de la forma que sea, solo a una persona.
Quizá se nos queda un poco corto que estas emociones se expresen en un solo día.
Quizá se nos queda un poco artificial que esta entrega parta de la idea de otra persona...
Es por eso que valoro los gestos de afecto que nos dicen “te quiero” cada día:
Hoy tuve esta conversación con un niño de cuatro años:
- ¡Bonito!
Me ha mirado a los ojos con una lentitud digna de un Buda, me ha sonreído y me ha dicho con una voz dulce y tranquila:
- Tú si que eres bonita.
No necesito un día del maestro.